Hemos escuchado mil y una veces que esta pandemia ha puesto de manifiesto las vergüenzas de nuestra especie en todo el planeta, y en muy diversos ámbitos: en las desigualdades sociales, en el mal cuidado de nuestros mayores (vistos como vidas sin valor social, en palabras de Adela Cortina), en las múltiples deficiencias sanitarias, incluso en aquellos países con un sistema que hasta ahora creíamos modélico… y un largo etcétera.
Y ha puesto en evidencia, también, la sabiduría y la bondad de algunos, y la estupidez de muchos. Y, por supuesto, la maldad de unos cuantos, a los que, desgraciadamente, se suelen unir tantos estúpidos. Más adelante, con la distancia que dará el tiempo, se podrá analizar con más acierto y objetividad cuál está siendo ahora nuestro comportamiento en la crisis del COVID-19. Y digo más adelante, porque en estos momentos es difícil mantener la serenidad justa en una reflexión seria. Nuestra parte racional está siendo muy tocada por las emociones, diversas según los casos, que nos enervan, y también, según en qué caso, emociones y razón se mezclan, se estrujan, se pelean entre sí, y de ahí nuestras penas y miserias, y nuestras glorias y bondades.
Hoy más que nunca necesitamos recurrir a sabios buenos, aquellos que para nosotros son fuente de ética, honestidad y sabiduría. Cogidos de su mano, tendremos la ayuda y el ánimo necesarios para movernos en esta espesa niebla, cargada de incertidumbres.