Camino despacio, como todo el mundo. Uno de esos días extraños y grises, que no invitan a pasear, solo a deambular sin rumbo. Y hoy no es el mejor para mí. He dormido mal, y no estoy muy presentable.
¡No me lo puedo creer! ¡Es él! ¡Y viene en la misma dirección! ¡No podré esquivarlo! Alguna vez tenía que ser. ¡Le he evitado tantas veces! No tengo escapatoria y no podré resistirlo.
Pero… ¿por qué me mira ? ¡Anda, mira a tu mujer y desaparece!
¡Calma! ¡Sin alterarse! Al menos, que no me vea nerviosa. Necesitaría una frase resuelta, ágil, que le dejase sin habla. Y el caso es que está guapo. A pesar de los años, sigue siendo atractivo.
¡Qué malos recuerdos! ¡Ah, ya! Ni siquiera sabes de qué hablo, ¿verdad?
Al menos, ¿me has visto? ¡Si no has hecho el más mínimo gesto! No, ni siquiera me has visto. Tu mirada se pierde en un horizonte de partículas como yo, que no se aprecian, ¿verdad? O no me ves porque eres miope. No llevas gafas. ¡Eres tan coqueto! ¿No te habrás operado? Otra vez vuelves a mirarme. Sí, te has dado cuenta. Soy yo, sí. ¿Qué ocurrencia tendrás para mí esta vez? Has cambiado el paso. Y ahora vienes irremediablemente hacia mí, y yo siento que mis piernas no me van a responder. Pero… una anciana se me acerca.
¿Qué quiere usted, señora? ¿La parada de autobús? Ahí mismo. Su autobús es ese que llega. Tranquila, que no se le escapa. Hay mucha gente que espera. Sí, ahí, precisamente detrás de ese señor de barba y su mujer. De nada, señora. Adiós.