Todos podemos contribuir cada día a que nuestro mundo sea un lugar algo mejor. Normalmente no hace falta mucho: una palabra amable, dar las gracias, un regalo inesperado, incluso una simple sonrisa afectuosa, que tal vez sea para quien la recibe la única o una de las escasísimas señales positivas y de reconocimiento que recibirá a lo largo del día. O puede ser también la tarea concreta que se nos plantea cuando un familiar, un amigo o un compañero necesitan de nuestro ánimo o ayuda. (…) Puede tratarse también de una capacidad o un talento que espera a hacer realidad una obra que aún no se ha llevado a cabo; puede ser un trabajo científico, una amistad, un campo por cultivar, metafórica o literalmente: puede ser realmente cualquier cosa que no hubiera existido sin nuestra particular aportación personal y que ahora enriquece la vida y el mundo.
(…) lo que todas [estas posibilidades de sentido] tienen en común es que no llegan por sí solas al mundo, sino que dependen de uno u otro modo de ‘nuestro’ idealismo, de ‘nuestra’ atención, de ‘nuestra’ intervención y de ‘nuestra’ esperanza.
Alexander Batthyány, La superación de la indiferencia, Ed. Herder, Barcelona, 2020, pág. 41