¡Buen ambiente!

Aquel sábado, Rosario preparó la mochila de su hijo; los bocadillos, las latas de cerveza, mascarillas de repuesto, alguna botella de agua, y las recomendaciones de siempre: grupos pequeños, la mascarilla bien puesta, y el móvil cargado.

El marido estaba de vinos con los amigos. Era un día especial. Y, después de que el hijo se marchara, Rosario anduvo trajinando en la cocina, y escuchaba la radio:

Buen_ambiente_1«Aquí, en la calle, hay un gran ambiente para animar a los dos equipos que jugarán la final. Y todos, jóvenes y mayores, van con cuidado, respetando las normas. Como muestra, aquí tenemos a una familia, grandes y pequeños. Vamos a preguntarles cómo viven este día:

—Emocionados, ¿no?

—¡Por supuesto!

—Y muchos, ¿no?

—Toda la familia, los abuelos, los peques… y unos amigos de los chiquillos, también. Bueno… y sus padres.

Os informamos, también, queridos oyentes, que ahora pasa ante nosotros, como un paso de Semana Santa, una figura de la Virgen de la Villa ataviada con un manto hecho con los colores del Equipo. ¡Ambientazo!»

Rosario torció el gesto. “¡Mira que son idiotas! ¡Por un partido de fútbol!”, pensó. El tiempo se fue rápido, y el marido llegó.

—Rosario, hoy comemos viendo la televisión, ¿no? – dijo Marcos con firmeza.

—Pero, hombre, si el partido es por la noche. Calentando motores, ¿no? – contestó Rosario.

—¡Ay, calla, mujer! ¡No empieces con las monsergas de la pandemia! – dijo Marcos, y se sentó a la mesa.

El primer plato lo acompañaron con el informativo TV, que en ese momento daba buena cuenta del ambiente de la ciudad:

«La gente se ha volcado con su Equipo. Hacía falta que la afición se expresara. Eso sí, todo se hace con cuidado y respetando las normas, porque los contagios aumentan.»

Rosario dejó en el plato el bocado que iba a tomar y, con gesto de estupor, miró a su marido.

—Pero, ¡qué dice ese locutor! ¡Si detrás de él están todos apelotonados y sin mascarilla! – dijo Rosario levantando la voz.

—¡Ya estás, mujer, sacando las cosas de quicio! – dijo Marcos, al tiempo que gesticulaba con las manos.

—Pero, ¿no lo ves? – dijo ella y dirigió su índice hacia la televisión.

—¡Unos cuantos chavales, nada más! – y Marcos se encogió de hombros y sonrió.

—¡La Policía tenía que haber evitado estos gentíos mucho antes! – dijo Rosario con voz nerviosa.

—¡Calla, que habla el Alcalde! – dijo Marcos.

«La ciudadanía se está comportando como debe, y desde aquí recomendamos que lo siga haciendo así. ¡Viva el Equipo!»

Marcos siguió comiendo, pero Rosario apartó su plato y agitó las manos en el aire.

—¡Esto es de locos! Pero… ¿es que no ve el Alcalde lo que va a pasar? – dijo sofocada Rosario.

—¡No seas agorera, mujer! – contestó Marcos.

En el informativo dieron paso a las noticias sobre la pandemia:

«La situación es preocupante. El número de positivos continúa aumentando en las últimas semanas. Las autoridades señalan que tal vez serán necesarias nuevas restricciones, pasadas las fiestas.»

Rosario estaba atenta a lo que decía la televisión, y, de pronto, sonó el móvil del marido: un whatsapp.

—¡Es mi cuñada! ¡A mi hermano le han ingresado en la UCI! – dijo Marcos, y se llevó la mano a la frente.

—¡Pero si estaba saliendo del covid! – respondió Rosario.

—Está grave – y Marcos se cubrió la cara con sus manos.

En ese momento, la televisión interrumpió las imágenes de los hospitales para emitir en directo los enfrentamientos que se estaban produciendo entre la Policía y grupos de aficionados. En un recuadro pequeño de la pantalla, habló nuevamente el Alcalde:

«…. Son solo unos reventadores. Solo puedo decir: ¡Viva el Equipo!»

Rosario se disponía a llevar los platos a la cocina, pero se quedó quieta, de pie, mirando al televisor. Dio un grito, y los platos cayeron al suelo.

—Pero, ¿qué pasa? – preguntó alterado Marcos.

Buen_ambiente_2—¡Nuestro hijo, que está volcando contenedores! – dijo Rosario señalando la televisión.

—¡Qué dices! Yo no lo veo por ningún lado. Esos son unos reventadores. Lo acaba de decir el Alcalde –contestó el marido.

Llamaron una y otra vez al móvil del hijo, pero no hubo respuesta.

—Nada, en ese lío… ¡cómo va a oír! – dijo sin fuerzas Rosario.

Pasaron la tarde intentando localizarlo. Entre las llamadas a otros padres, hablaban también con la cuñada para darle ánimos. Y, al final de la tarde, sonó el teléfono. Marcos lo descolgó, y Rosario se aferró al brazo de su marido.

—¿Cómo, que está detenido? ¿Que ha hecho qué? ¡Si mi hijo es solo un aficionado! ¡Nada más! – dijo Marcos, y la voz se le quebraba.

—….

—Sí, ahora vamos a comisaría – contestó Marcos, y colgó el teléfono.

Rosario abrazó a su marido, y con la mirada perdida en algún punto, sin lágrimas, dijo una y otra vez:

—Nuestro hijo, tu hermano… la afición… ambientazo… más contagios… por un partido de fútbol… por un partido de fútbol…


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