El oído se puede aliar en el bando de los atentos o en el de los desatentos; entre ambos media una frontera. Por más que los desatentos bramen para hacerse con el poder no consiguen sino deserciones, pues aunque en el bando de los atentos se trabaja más, se puede acceder a mundos complejos vedados para el adversario. La atención convierte el sonido en música, por eso el oído atento es la clave para encontrar música donde la haya. Sin el oído atento la música no existe: donde a nadie le es permitido entrar, entra el oído, y a partir de él se alcanza lo inalcanzable.
Con estas palabras tan sabias Fernando Palacios presenta en su web El arte de escuchar una recopilación de los capítulos del programa El oído atento emitido en su momento en Radio Clásica.
Si esta reflexión es más que acertada en el caso de la música, podría aplicarse, también, al oído atento a la palabra del otro, a la conversación que se establece con él, al diálogo, a la escucha paciente. Veamos el siguiente cambio en la cita, con todo el respeto hacia su autor:
La atención convierte la palabra en reflexión, por eso el oído atento es la clave para encontrar reflexión donde la haya. Sin el oído atento la reflexión no existe: donde a nadie le es permitido entrar, entra el oído, y a partir de él se alcanza lo inalcanzable.
Y, tal vez, podría añadirse: se alcanza lo inalcanzable, es decir, la tolerancia y el respeto hacia el otro, sin bramar, sin imponer lo que previamente se lleva pensado o, más bien, sentido en las vísceras. En definitiva, se alcanza lo que verdaderamente nos humaniza: la atención, la reflexión y la palabra. Y, si el oído atento escucha a la vez que la mirada se hace, también, atenta, se alcanza lo que parecía inalcanzable: la tolerancia, el respeto, y la empatía, y hasta la cordialidad y el acercarse amable, que nos humanizan y nos hacen, hasta la fecha, sobrevivir como especie.
¿Seguiremos cuidando que nuestro oído se haga atento y que nuestra mirada lo acompañe y se haga atenta, también?
Lainoa 