Rubinstein y Chopin

Recientemente he vuelto a escuchar, por casualidad, el 2º movimiento del Concierto para piano nº 2 de Chopin. Había pasado demasiado tiempo sin escucharlo, y a medida que la emoción se me hacía cada vez más intensa, especialmente en los fragmentos más suaves y delicados, me reprochaba haberlo abandonado tanto tiempo.

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Comencé a buscar versiones, pero no hizo falta demasiado porque directamente me encontré con la interpretación de Arthur Rubinstein y la London Symphony Orchestra dirigida por André Previn, y, naturalmente, ya no busqué más. Fue maravilloso, porque, cuando vi por tercera vez el vídeo de la grabación del concierto, descubrí, atenta, que Rubinstein no podía contener su emoción, la que en un principio no fui capaz de percibir pensando que el maestro pertenecía a una generación de artistas que se ceñían, en la interpretación, al movimiento de las manos para concentrar en ellas, sin ninguna otra expresión corporal, toda la magia de la música que transmiten al público.

Pero, no. Allí está su emoción. No podía ser de otra manera. En los fragmentos más suaves y delicados, con movimientos apenas perceptibles de su rostro, tan discretos que es difícil ver en qué momento se producen, vemos una expresión distinta, profundamente emocionada: los párpados se retraen suaves, las cejas se arquean un poco y el ceño se frunce ligero. Y, casi a la par, tomamos conciencia de que nuestro rostro se mueve así también, como el suyo. Se ha producido la magia: nos ha impregnado de la música de Chopin.

Y, desde luego, qué bien hicieron su trabajo los responsables de la grabación de este vídeo: cómo eligieron los fragmentos precisos y significativos para que pudiéramos apreciar a un Rubinstein que seguía emocionándose, después de haber interpretado infinidad de veces, para entonces, este Concierto nº 2 de Chopin.

[A partir del minuto 14:26 comienza el 2º movimiento]

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Shostakóvich: arte, terror y complejidad

Al parecer en algunos lugares de Europa se ha desprogramado algún que otro concierto, o algún que otro evento cultural, por tener como protagonistas a escritores o artistas rusos. Y hablamos, por ejemplo, de músicos como Tchaikovsky.

Pensando en esta cerrazón estúpida y, por supuesto, en la situación de Rusia, anulada la libertad de expresión, encarcelada la disidencia, o hecha desaparecer, con gente joven que sale del país, porque allí la vida se hace insufrible, he vuelto a la figura de Shostakóvich, a lo que sufrió bajo la dictadura de Stalin, y a la incomprensión que muchos artistas y ciudadanos occidentales mostraron hacia él: despreciaban su arte porque pensaban, con una simpleza cruel, que no podía ser un buen compositor quien no había sido desterrado o aniquilado por el estalinismo.

Shostakóvich escribiendo

Y este pensamiento me ha llevado a recordar la extraordinaria novela de Julian Barnes, El ruido del tiempo, en la que el escritor británico narra la tensión constante y terrible entre la necesidad creadora del compositor y el poder terrorífico de la dictadura estalinista.

En un artículo, escrito en 2016, Barnes explica cómo Shostakóvich fue el compositor más célebre de la Unión Soviética durante medio siglo, (…). Pero también fue el compositor que, en toda la historia de la música occidental, más tiempo pasó acosado y perseguido por el Estado: desde las pequeñas injerencias caprichosas hasta las más crudas amenazas de muerte, pasando por un hostigamiento continuado”.

(…) Además, Shostakóvich no solo fue criticado, despreciado e incluso ridiculizado en su país. Su caso hizo mucho ruido durante varias décadas. Si un Estado comunista declaraba que alguien era un artista ejemplar, en Occidente muchos –independientemente de cuál fuera la verdadera realidad- suponían de forma automática que no podía ser bueno. (…) Esta actitud fácil, perezosa y maniquea podía también convertirse en algo más siniestro: la expectativa, incluso el empeño (occidental) de que el artista (en el Este) plantara cara al Estado, lo condenara, fuera un héroe, cuando ser un héroe solía significar ser un mártir”. [*]

Puede resultar más fácil una conclusión rápida y simple, pero puede ser también dañina y cruel. Puede ser, y es, desde luego, más complicado, costoso, incómodo, e inquietante las más de las veces, aceptar que los hechos y las personas que se enredan, que nos enredamos, en ellos son, somos, muy complejos. Y hemos de marchar así por el mundo, con lo puesto, que es mucho y poco a la vez. Pero mejor despacio que con prisas. No vaya a ser que tropecemos demasiadas veces, y hagamos que, con nosotros, caigan otros también.

Las sinfonías de Shostakóvich son extraordinarias, sinceras y leales con una realidad dura y trágica, la suya y la de tanta gente, pero he preferido elegir aquí esta delicada pieza, el 2º movimiento (Andante) de su Conciero para piano nº 2, interpretado por el propio compositor.

[*] Julian Barnes, Shostakóvich, entre el arte y el poder, El País, 07/05/2016

«Me pesa el alma, solo quiero llorar»

Ha transcurrido algo más de un mes desde que Putin comenzó la invasión y la guerra en Ucrania. Todos los días, en Europa al menos, hablamos de ello. Leemos noticias, vemos imágenes, escuchamos a los corresponsales de guerra, y en la mayor parte de los casos compartimos opiniones rotundas de condena al sátrapa ruso.

Escuchamos, también, lo que nos van diciendo los refugiados que llegan a nuestros países. Y todo nos inunda de una pena inmensa, y de horror, máxime cuando pensamos en la gente que está allí, en las ciudades asediadas, padeciendo lo que muchos de los que estamos en este otro lado solo conocemos de oídas: pánico, frío, sed, hambre, suciedad, enfermedad sin cuidados, insomnio impuesto por las bombas, locura sin medicación ni terapia que valga. Es la destrucción de la vida: de las personas, y de lo que ellas, mal o bien, hermoso o no tanto, aceptable o imperfecto se mire por donde se mire, han construido. En las noticias de hoy, un hombre ucraniano, entre ruinas y escombros, decía: Me pesa el alma. Solo quiero llorar.

 

¡Y qué difícil, complicada, lenta e insegura es la respuesta que pare esta barbarie! ¡Y todas las demás barbaries, que van quedando en el olvido, en la inexistencia, para quien no vive en ellas! ¡Cuánto peligro vuelve a nuestras vidas, que tienen el riesgo de cambiar de un día para otro, como les ha ocurrido ahora a los ucranianos, como sucedió también a los habitantes de Sarajevo! Entonces vimos por primera vez en directo a través de la televisión el horror de los francotiradores asesinando a la población civil que compraba en un mercado. Barbarie, solo barbarie. Eran como nosotros, vestían como nosotros, iban a la compra como nosotros. El parecido se hacía insoportable. Ocurría en Europa. Y en tantos otros lugares del mundo, también. Algo más lejos.

Decía una superviviente del asedio a Sarajevo, ahora anciana, que era terrible el miedo, el hambre y el frío que padecieron en los sótanos, pero era mayor aun el dolor que producían las mentiras sobre lo que allí sucedía. Como dicen que ha pasado con alguna familia ucraniana al llamar a sus parientes de Rusia: estos no creían nada de lo que les contaban porque todo era mentira. Qué terrible es que los propios familiares no escuchen siquiera, ni tengan una simple palabra de consuelo. Como sucedió a aquellos judíos supervivientes del Holocausto, acogidos por sus familiares estadounidenses, que no pudieron descargar todo su dolor porque solo escuchaban esta frase como respuesta: no, no contéis, no queremos oír cosas tristes.

Y en medio de tanta tragedia en nuestro continente, y en otros lugares también, no lo olvidemos, hemos de buscar gestos que nos hablen de humanidad, del lado bueno de los seres humanos, porque existe también. De lo contrario, nuestra especie habría desaparecido ya. Siempre se mueve en este riesgo. Por eso siempre hay que mirar con atención y cuidado lo que cada uno y cada una podemos decir y hacer con responsabilidad en lo personal y en lo social, aprender a salir de sí mismo, y ver y escuchar al otro, para que no dejemos que el monstruo se instale en nuestras mentes y en nuestros corazones. Y esto incluye, por supuesto, a quienes tienen responsabilidades políticas. No es tiempo de jugar – decía una niña refugiada.

Todo puede cambiar de un día para otro. ¿Cómo era tu vida antes de la invasión? -preguntó la periodista a una niña de Chernóbil, madre ahora de dos niños. En ese momento se derrumbó y respondió entre sollozos: Era maravillosa. Nos quejábamos mucho, y era maravillosa.


Txorien aberria / La patria de los pájaros

Idazlea / Autor: Felipe Juaristi (Azkoitia, Gipuzkoa, 1957)

Txoriek badute beren aberria:
lumajea bezain arina,
airea bezain bizigarria,
bihotz zintzoa bezain zabala.

Han aurkitzen dute babes
triste zein pozik,
izuturik zein izurik gabe bizi diren txoriek,
haundi zein txiki,
polit zein itsusi diren txoriek.

Ez dago banderarik aberri horretan.
Baina kolore guztiak biltzen dira
hango zeruan: belearen beltza,
usoaren zuria,
txantxangorriaren gorria,
karnabaren berdea,
kanarioaren horia…

Ez dago harresirik aberri horretan,
ez kaiolarik, ez eroetxerik,
ez koartelik.

Ez dago armarik aberri horretan,
ez eskopetarik, ez fusilik,
ez pistolarik.

Askatasunaren herria da.

Gauero egiten dut hartaz amets.

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Los pájaros tienen una patria: ligera como una pluma, vital como el aire, ancha y extensa como un corazón generoso. Allí encuentran refugio todos los pájaros, los que son tristes y los alegres, los asustados y los intrépidos, los grandes y los pequeños, los vistosos y los feos.

No hay bandera en esa patria. Pero todos los colores se unen en su cielo: el negro del cuervo, el blanco de la paloma, el rojo del petirrojo, el verde del jilguero, el amarillo del canario…

No hay muros en esa patria, ni jaulas, ni manicomios, ni cuarteles. No hay armas en esa patria, ni escopetas, ni fusiles, ni pistolas. Es el país de la libertad. Todas las noches sueño que estoy allí.

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Nota de la autora del blog:

Tanto el poema de Felipe Juaristi como su traducción al español están tomados de la publicación de canciones y poemas Imanol, Versos encendidos, Colección Lcd El Europeo, 2003.

Bolintxu, el último valle

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El Bolintxu es un pequeño valle, el último, que se encuentra en el mismo Bilbao, un poco en las afueras, muy cerca de sus barrios altos. El nombre se lo da el río que lo atraviesa y sus aguas, que desembocan en la ría de la ciudad, se van formando con los arroyos que descienden por una de las laderas de uno de los montes emblemáticos de la villa, el Pagasarri. Ha sido una zona por la que siempre ha transitado el agua camino hacia Bilbao, de diferentes formas (mediante presas, y mediante una gran tubería que hacía llegar aguas más lejanas).
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Es un lugar tan próximo al núcleo urbano que, por ello mismo, resulta increíble este valle. A unos pocos metros de los ruidos, de las velocidades, del ajetreo, allí se hacía el silencio, y los pájaros, las plantas, los árboles, el agua, el frescor… eran sus protagonistas, y los demás… los demás éramos testigos respetuosos de tanta belleza que existía solo a un paso del bullicio. Un valle oculto, que se había de buscar, pero al que se llegaba fácil, que siempre estaba ahí, al lado.
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Ahora, lo atravesará un enlace de autopistas. Quizá no quede otra que hacer esto, pero qué triste perder algo tan bello y tan necesario para recuperar, con tan poco y al alcance de cualquiera, la calma y la alegría de sentirte parte de la naturaleza.
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Canción del Bolintxu

Música y letra: Enrique Vázquez / Voz: Ane Mujika / Guitarra: Enrique Vázquez / Flauta: José Luis Arriola / Fotografía: Iñaki Alonso

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Canción del Bolintxu

Vi el rayo en la cascada,
el halcón surcando abril,
al acecho del festín, febril.
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Vi un millón de telarañas
vestir valles de organdí,
la belleza de un tapiz.
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Vi, devolviendo mi mirada,
una mantis de marfil, lo vi.
Vi bajo el manto de las aguas
la silueta de un reptil que se afanaba en construir cubil.
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Vi las nubes incendiadas arrasar un cielo añil,
mañanitas de Darwin.
Vi en su lecho sin almohada retozar un jabalí, lo vi.
Y, si alguien pone en duda esta memoria,
que estalle el vientre oculto de la roca, sí.
Que clamen los caminos y las frondas,
que el bosque se rebele ante la historia
y nos maldiga allá donde se esconda, sí.
.

Vi asomando entre las zarzas las muletas de Merlín,
acostado de perfil, senil.
Vi un caballo de batalla a las puertas del redil,
vigilando sin fusil.
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Vi dos palomas escapadas de algún cuadro de Magritte.
Lo vi.
Y, se alguien pone en duda esta memoria,
que estalle el vientre oculto de la roca, sí.
Que clamen los caminos y las frondas,
que el bosque se rebele ante la historia,
y nos maldiga allá donde se esconda, sí.
.


«La Música personificada»

el_cultural_367725553_218898140_1024x576Nadia Boulanger (1887-1979), “Mademoiselle”, como la llamaban, o la “Música personificada”, como decía de ella Paul Valéry, fue una auténtica maestra de maestros de la música del siglo XX, y aún hoy llega su influencia a los músicos que todavía viven en este siglo XXI.

Fue pianista, compositora y directora de orquesta, pero su labor principal, y extraordinaria, la desarrolló como pedagoga musical. Muy dura y estricta en su labor docente con la tarea de los ejercicios necesarios para la correcta formación musical, sabía, a la vez, hacer que aflorara la peculiar creatividad de sus alumnos[1].

Al leer el nombre de algunos de sus discípulos, compositores e intérpretes, es inevitable sentir por ella una profunda admiración: Gardiner, Menuhin, Piazzolla, Quincy Jones, Barenboim, Glass, Copland…

En el libro “Mademoiselle”. Conversaciones con Nadia Boulanger, Bruno Monsaingeon[2] va perfilando la personalidad y las ideas de la gran maestra a través de las conversaciones mantenidas con ella en los últimos años de su vida. Aquí se recogen algunas de sus palabras:

un alumno que no tiene mucho oído, que no posee grandes conocimientos y que se toma la molestia de aprender, de desarrollar lo que sabe sin tener especiales dotes, puede terminar prestando un gran servicio a otro demostrándole que aprender el oficio es ya una conquista, un progreso, la realización de un anhelo interior. Ante el esfuerzo, es más fácil negar que intentar percibir. (pág. 48)

… la condición fundamental de cuanto se hace, no sólo en música, es que esté bajo el signo de la elección, del amor, de la pasión, de tal manera que se haga porque se considera que la maravillosa aventura de estar vivo depende por entero de la atmósfera que crea uno mismo con su entusiasmo, su convicción y su comprensión. Y sin una técnica trabajada no es posible expresar nada de lo que sentimos más intensamente. Ahí es donde interviene el profesor.” (pág. 62)

[1] Ver en este blog Piazzolla. El alumno valiente

[2] Bruno Monsaingeon, “Mademoiselle”. Conversaciones con Nadia Boulanger. Ed. Acantilado, 2018


El concierto de despedida

Aquel sábado de invierno, Ramiro y Natalia desayunaban tranquilos mientras escuchaban la emisora local:

La dirección de la orquesta de la ciudad confirma que su director finalmente se encuentra recuperado y dirigirá hoy su concierto de despedida.

– ¿Vas a ir, Natalia? – preguntó Ramiro a su esposa.

– Claro, entra en el abono que saqué para este año. Pero no sé con quién. Cristina pasa el fin de semana fuera -respondió Natalia.

– Si quieres, te acompaño… – dijo el marido.

– ¿En serio? Pero si a ti no te gusta la música – añadió Natalia con gesto irónico.

En la radio seguían hablando del director y de su último concierto:

… su exquisita sensibilidad, su dedicación plena a la música… Ha sido siempre un extraordinario profesional…

– Y, entonces, ¿se jubila el director? – preguntó Ramiro.

– Eso dicen, pero yo creo, marido, que lo que ocurre es que no le queda mucho. No hay más que ver el aspecto que tiene -afirmó rotunda Natalia.

– No lo he visto nunca, la verdad – añadió Ramiro como disculpándose.

– ¡Ay, marido! ¡Tendrías que tener un poquito más de cultura! – dijo Natalia al tiempo que añadía más café a las tazas.

por su carácter discreto, huía de las galas suntuosas e invertir su tiempo libre en la enseñanza a las jóvenes figuras…

-Ya, pero, qué pobre, no ha tenido el relumbrón de otros directores – dijo Natalia con cierto mohín de desprecio.

– Qué quieres, Natalia. Él tiene otro carácter, según dicen -añadió Ramio.

– ¡Ay, amigo, pero la discreción no da glamour! No lo olvides, querido – y, a la vez, Natalia movía su dedo índice mirando a su esposo, como si le hiciera una advertencia.

… supo siempre respetar a los músicos de su orquesta, y crear un ambiente extraordinario e inusual de colaboración…

– Seguro que se despide con un buen concierto. ¿Sabes lo que tocarán? -preguntó Ramiro.

– Ah, ni idea. Nunca lo sé de antemano -respondió Natalia.

– Y, ¿si son obras que no te gustan? -preguntó el marido con expresión de desconcierto.

– Pues, me duermo, o jugueteo con el móvil. Y, eso sí, luego aplaudo. Todo muy aparente, que es lo que cuenta, querido -afirmó Natalia, otra vez rotunda.

Y el día fue transcurriendo entre preparativos para el acontecimiento musical de la tarde: sesión de peluquería, selección del atuendo, y de las joyas adecuadas para acompañarlo, perfume apropiado…

Con antelación más que suficiente, Ramiro y Natalia se acercaron a los accesos del Auditorio. Las puertas aún no estaban abiertas y tuvieron que situarse en la correspondiente fila antes de entrar. No hablaban. Natalia sonreía con aire altivo, mientras guardaba en su bolso los guantes, y alternaba las caricias a su abrigo de piel con los cuidados que daba con la mano a su cabello para que se mantuviera en orden. El sol, que empezaba ya a recogerse, estallaba en sus joyas, y los vecinos de la fila se giraban hacia atrás o elevaban su cabeza hacia adelante buscando el origen del estallido de luz. Y ella sonreía, satisfecha y altiva.

Ya dentro del Auditorio, accedieron a la zona de sus butacas, solo después de escuchar el aviso de megafonía que anunciaba a los asistentes que el concierto estaba a punto de comenzar. Hicieron que toda una larga fila de butacas se levantara para que ellos pudieran pasar. Ella gesticulaba con las manos, y parecía culpar a su marido de la molestia que causaban.

La orquesta entraba poco a poco en el escenario y comenzaron a escucharse algunos aplausos, que se hicieron más y más intensos con la llegada del director titular. Los asistentes se levantaron y, en pie, aplaudieron sin estridencias durante unos minutos. Natalia y Ramiro, sin embargo, seguían en sus asientos, ella recogiendo con cuidado su largo abrigo de piel, y él ayudándola con cierta torpeza.

– ¿No encuentras el programa del concierto, querida?

-¿Qué programa? ¡No ves que intento poner bien mi abrigo!

– Pues, no nos vamos a enterar de lo que vamos a oír.

– No hace falta. Anda, ayúdame, por favor.

Se acomodaron, por fin. El director se dirigió al público y pidió con sus manos que cesaran los aplausos. Dijo unas breves palabras de agradecimiento y anunció lo que su orquesta iba a interpretar: la 6ª sinfonía de Beethoven, “Pastoral”.

Esta vez se veía en los miembros de la orquesta una emoción especial, preparados como habían estado para que ese día les dirigiera un director suplente ante el empeoramiento de la salud del director titular. Ellos sabían de su grave enfermedad. Era ya una noticia extendida en la ciudad. Es por eso por lo que no dieron crédito a sus ojos cuando, horas antes del concierto, el propio director se presentó ante ellos y les confirmó que sería él, como tantas veces, quien les iba a dirigir. El buen hacer de la orquesta y la emoción se hicieron uno con el director y así lo transmitían al público, de principio a fin.

Entretanto, Ramiro y Natalia, estaban a sus cosas. Él bostezaba y cabeceaba de cuando en cuando, y ella extendía su mano derecha, mirando sus joyas con expresión satisfecha. Su vecino de asiento comenzaba a fijar su atención en esa mano que brillaba, y a mirar, también, a Natalia, con disimulo. Hasta que ella sacó del bolso su móvil. Esta vez sus manos enjoyadas sostenían un flamante smartphone, y su índice derecho movía pantallas, y allí aparecían bolsos, lacas de uñas, diseños de salón… El vecino parecía nervioso, como si se incomodara en el asiento. Y en la breve pausa entre el tercer y cuarto movimiento, ladeó su cabeza, y en voz muy baja, le dijo a Natalia:

– Tendrá silenciado su móvil, ¿verdad, señora?

Natalia no dijo nada. Solo le lanzó una mirada ofendida. Y así comenzó el cuarto movimiento. Y cuando la orquesta interpretaba “la tormenta” de Beethoven con toda su energía, el teléfono de Natalia comenzó a sonar. El hombre del asiento contiguo se desesperaba:

– ¡Señora, por favor! – le instó con enfado a Natalia.

– ¡Ya voy, no es tan fácil! – respondió ella rebuscando entre sus zapatos.

Ramiro no reaccionaba de ninguna manera, y no podía apartar sus ojos de uno de los violines que lanzaba hacia su mujer todos los rayos de la tormenta. Natalia consiguió apagar su teléfono, después de un minuto eterno.

Acabó el concierto, y el tiempo de silencio que siguió, de recogimiento, fue emocionante. Hasta Natalia detuvo en el aire sus manos y contuvo el aplauso. El director se giró hacia el público y todos los asistentes aplaudieron, sin estridencias, sin exaltaciones, contentos y agradecidos. El director saludaba inclinando ligeramente su cabeza, y acompañaba el gesto llevando su mano derecha hacia el corazón. Sonreía, y señalaba a la orquesta. Y, de pronto, se giró y miró hacia Natalia, y, con una expresión amable, le sonrió durante unos segundos, al tiempo que hacía un gesto con la cabeza, como de asentimiento. Natalia también sonrió, y las personas de su alrededor se volvieron hacia ella, se miraron entre sí, y cuchichearon.

Tras el descanso, el concierto continuó. Natalia y Ramiro no sabían lo que escuchaban, pero lo hacían atentos. El móvil estaba completamente apagado, y las manos de Natalia quedaron enfundadas en su abrigo, sin moverse. Ramiro no bostezaba. Escuchaba y seguía el ritmo con su pie derecho.

Cuando todo acabó, marido y mujer regresaron despacio a su casa, contentos y tranquilos. Al llegar, prepararon la cena, mientras escuchaban en la emisora local:

… un concierto extraordinario, una interpretación exquisita de la orquesta y un director que se despide, discreto, dando muestra de su buen hacer.

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Nota de la autora del relato:
Todo mi respeto y mi admiración para los directores de orquesta Claudio Abbado y Bernard Haitink.

Molière et la reconnaissance due

Le 15 janvier dernier a été l’anniversaire de Molière, les 400 ans de sa naissance. Cet évènement peut être une occasion parfaite pour répandre et faire bien connaître la campagne que l’acteur Francis Huster a lancée pour que le Président de la République tienne compte de la demande de faire reposer les restes de Molière au Panthéon de Paris, à côté d’autres personnes illustres de France.

Moliere1C’est vraiment étonnant que l’on demande encore aujourd’hui. Pour une personne qui n’est pas française, c’est tout à fait incroyable que Molière ne soit pas entré dans ce lieu si vénérable. Ses œuvres sont très connues dehors de la France, et elles sont toujours représentées dans le monde entier. Qui n’a jamais entendu parler d’œuvres comme L’École de femmes, Le Tartuffe, Le Misanthrope, Le Malade imaginaire, L’Avare… ? Nombreux sont ceux qui ont vu la représentation de ces œuvres, et nombreux, aussi, les élèves de Secondaire ou de l’Université qui les ont étudiées et interprétées et, bien sûr, pas seulement en France.

Molière est un écrivain universel et intemporel, c’est-à-dire qu’il nous parle toujours, et que nous pouvons apprendre constamment avec ses comédies, parce qu’il connaît très bien l’âme humaine, ses vertus, ses défauts, ses contradictions… et il nous les montre si clairement avec ses satires !

Je me joins également à cette demande en reprenant les mots de Francis Huster autour de l’importance des personnages féminins dans l’œuvre de Molière : le plus beau répertoire féminin du théâtre français. Les femmes de Molière ont toutes un caractère volontaire. Elles sont puissantes, intelligentes, libertaires, ne cèdent sur rien.

Cet écrivain universel, qui a fait tout pour le théâtre, écrire les comédies, les mettre en scène, gérer la compagnie théâtrale, travailler lui-même comme acteur jusqu’au dernier jour de sa vie, il nous a donné un exemple de vie pleine d’authenticité et il nous a offert un sens critique extraordinaire qui nous aide à comprendre mieux l’être humain. Nous lui en sommes redevables, et pour cela ses restes doivent reposer au Panthéon.


En soledad / Bakardadean

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En la página web [1] del pintor vasco José Ibarrola, al pie de la fotografía de su cuadro Entre pliegues de tafetán rojo (1997), escribe Maite Nájera:

La soledad se representa en femenino

…la soledad se representa en femenino, sus figuras parecen modernas sibilas que poseen la clave de un conocimiento secreto que requiere esa soledad para poder ser asumido.

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En este grabado del pintor, Mujer sobre sofá rojo y un barco que vuela (2001), uno de sus barcos, de sus sueños, vuela en lo oscuro, pequeño y humilde. Tal vez sea el último, quién sabe. Los demás se perdieron, quizás, o llegaron a buen puerto.

Ella ocupa ahora la zona del sofá donde antes, en el primer cuadro, los barcos, los sueños, esperaban para zarpar. Tuvo que moverse para que ellos pudieran volar.

La perfección de las figuras y la nitidez del color del primer cuadro ya no están. El tiempo ha pasado, y la profusión de líneas son sus marcas y, a la vez, las señales de la complejidad del presente.

Expectante en el primer cuadro, antes de que sus barcos volaran, ella parece triste ahora. El color de su atuendo ya no es lo que fue en el pasado. Sin embargo, su actitud se mantiene, expectante, reflexiva, discreta. Ahora su mano izquierda queda sobre su mano derecha, y su barco, tal vez el último, continúa volando. [2]

Es probable que siga escuchando esta canción:

On and on the rain will fall
Like tears from a star
Like tears from a star
On and on the rain will say
How fragile we are
How fragile we are

Una y otra vez la lluvia caerá
como lágrimas de una estrella,
como lágrimas de una estrella.
Una y otra vez la lluvia dirá
cuán frágil somos,
cuán frágil somos.

Behin eta berriz euria jausiko da
izar baten malkoak balira bezala,
izar baten malkoak balira bezala.
Behin eta berriz euriak esanen du
zein hauskorrak garen,
zein hauskorrak garen.

[1] Página web del pintor vasco José Ibarrola: https://joseibarrola.com/sibilas/

[2] Esta es una lectura personal de Goiztiria.

Hiriko artea / Arte urbano

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Tristuraren irudia? Agian, negar egiteko zorian? Ez, baliteke barealdia ere izatea. Leuntasuna.

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Tal vez, quizás, espere algo también. ¿Sigue soñando? ¿Desea su llegada?

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Berarekin egoteko irrikan! Zenbat denbora ahoa zabaldu ezinik!

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Ahora, sí. Rompe el silencio. Sonríe y le llama.

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Itxaron, zer dabil hor? Kontuz! Pikutara, ametsak?

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No pasa nada. Calma. Sigue soñando. Nada más.

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Escucha ya su voz y espera impaciente el encuentro.

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Egunero hor dago, misteriotsu.

Espera, ¿sonríe o es un defecto en sus dientes el que provoca ese gesto?

Egunero begiratzen diogu, eta egunero ezberdin ikusi.

Lo que en un futuro será, quién sabe, la entrada a una peluquería, hoy nos acompaña, y nos hace llegar un poco de la brisa que mueve sus cabellos.

Bitartean, bare eta lasai, galderak egiten jarraitzen dugu.

Pinturaren egileak / Creadores de la pintura

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